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Mostrando entradas de enero, 2011

Resaca, té y otras cosas del alma

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Hoy es uno de esos días en los que enriquecer el alma parece cosa fácil. Tan sólo he necesitado invitar a una amiga a un buen té de oferta, para que mi alma hoy esté alimentada. Cuando te sientas a conversar con alguien, no importa el destino al que te lleve la susodicha conversación. Lo único que importa es dejar que el humeante ambiente, el azúcar y las dosis de chocolate no cesen, para que todo salga a pedir de boca. Y es que, alfin y al cabo, en momentos como esos, te das cuenta de que todo el mundo necesita ser escuchado. Porque, muchas veces, hablamos tanto que no dejamos que aquellos que permanecen a nuestro alrededor, diáriamente, abran las puertas de sus recuerdos y nos inviten a tomar un agradable paseo por su interior. Pero, aquí, que necesitas el calor de los amigos más que cualquier otra cosa, te das cuenta de que ofrecer lo poco que tienes te puede hacer ganar mucho más. No es muy habitual disfrutar de un lunes resacoso, como tampoco lo es desaprovechar las consecuencias

Un tranvia llamado aventura

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Hace algún tiempo que pensé en emprender una nueva aventura. Una de esas en las que todo lo que te sucede quieres guardarlo en una pequeña caja de aluminio para que nunca se pueda escapar. Una aventura como las que cuentan en los libros, como las que ves en la televisión o como las que escuchas contar a tus amigos. Digamos, que quería una señora aventura, una divertida y de construcción interior. Una en la que tuviera tiempo para reir, para llorar y para vivir. Quería una de esas aventuras, que, cuando regresas quieres reunir a todos los que conoces para contarles que viste llorar a un pájaro y reír a un viejo. Sólo quería una aventura digna de una mujer de pequeña ciudad, pero de grandes esperanzas. Entonces, apareció Amsterdam. Y la aventura se hizo grande.  Cuando estas dentro de tu propia película, con música de Indiana Jones de fondo y una bici de nombre Lupita que te lleva hasta el infinito, te sientes una princesa. Cada día que pasa el escenario cambia, como también lo hacen los

El principio

Eran las 2:15 de la madrugada cuando me decidí, por fin, a entrar en este mundo de palabras. Con el último cigarrillo del día encendido, rodeada de una manta barata de Ikea, escuchando el silencio como quien escucha pasar el tren, sentada en una silla de plástico naranja y con los ojos a medio cerrar, decidí que había llegado el momento. Nunca sabía muy bien por qué hacerlo. Si por mí misma, por crearme una ocupación más a la que dedicar mis horas muertas o por que de verdad crees que dentro de esta inmensa galaxia hay alguien a quien le pueda interesar lo que dices. Puede que sea una combinación de todas esas cosas las que me hayan llevado a crear un pequeño rincón dedicado a mí misma, a lo que siento, a lo que me invento o a lo que algún día me gustaría vivir. Aquí, la noción de tiempo se convierte en algo complejo. Por un lado, sientes que las horas pasan demasiado despacio, te ahogan. Pero, por otro, son tantas las sensaciones, los momentos, las historias que te invaden que no pued